No es demasiado bueno trazarse unos objetivos en este tipo de cosas, pero sí que es cierto que me he otorgado un plazo indeterminado, vamos a decir por ejemplo cien días como ocurre en otros ámbitos de la sociedad, para ver cómo me va y si acabo situándome en el blog, porque de momento todavía no estoy todo lo centrado que me gustaría. Reconozco que soy muy perfeccionista y la autocomplacencia no me encuentra demasiado, por lo que la situación resultante es que quiero decir muchas cosas pero todavía no sé como soltarlas, ni cuando, ni en qué orden, y por tanto, tan sólo me limito a divagar en muchas ocasiones sobre ideas o imágenes que aparecen en mi mente o en mi alma. Me dejo llevar, lo cual tampoco es malo. Pero con el tiempo espero ir definiendo una línea más clara sobre lo que escribir. O a lo mejor es preferible ser menos ortodoxo y publicar entradas más heterogéneas, quién sabe. Lo iré viendo por el camino.
Con todo, en estos días he experimentado más la sensación de conocer y crecer con otros blogs, otras personas, empaparme de historias ajenas, relatos, fantasías, sueños, en muchos casos parecidos a los míos, en otros bien distintos. Cuanto más me he metido en ellos, más he descubierto la profundidad del mar en el que navegaba, y la cantidad de islas que tenía que visitar. Esto sí que está repleto de náufragos -me digo, con cierto regocijo. Y reconozco que me están llenando y aportando muchas sensaciones, haciendo incluso que dedique más tiempo a estas islas que a la mía propia. Bienvenidas sean, pues.
"Náufragos que vamos a la deriva y no nos importa zozobrar..."
Poco más que contar para esta singular efeméride. La piel de Raphaël se mantiene triste, melancólica, algo casi inherente a su imperfecta esencia de poeta, pero su alma navega siempre en océanos de ilusión y de percepciones, de fantasías y de sueños, aunque a veces también se deje arrastrar por el fuerte oleaje de la mediocridad primero, y finalmente por la turbadora marea de lo cotidiano que lo envuelve en una duda continua y de un pusilánime desasosiego.
Hasta que llegue la hora en que ambos, piel y alma, descansen en armonía, juntos, unidos, sintiéndose dueños de un mismo cuerpo. En paz. Y se pregunten:
- ¿Cuál es tu sueño?
- Mi sueño es continuar como estoy ahora. Yo ya vivo mi sueño.
Que así sea. Por muchos meses y años más.
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