viernes, 1 de mayo de 2015

Lágrima de primavera.

Primavera. Una gota de lluvia resbala lentamente por mi mejilla. Pronto sentiré su húmeda huella sobre mis labios.

Advierto a lo lejos la presencia de esa gatita de tonos grises con patas y lomo blanco que me visita desde hace un tiempo y se aloja en mi terreno. Inmutable, solitaria, sabia. Libre, decidida, prudente. Bella, respetuosa, frágil. Se ha convertido ahora en uno de esos pocos seres a los que realmente admiro y de los que puedo aprender, imitando hasta sus movimientos y pasos. Me ha elegido, sin duda; soy su referencia y lo expreso con contenida emoción. No puedo desear nada más que su presencia y afecto.

Estoy sereno, aunque a veces no tanto como quisiera. Sigo vivo, consciente como nunca de mi fragilidad. Me rodean todas las emociones posibles; las percibo de forma natural. Empero, no me siento tan vulnerable; trabajo mi razón para encajar cualquier pensamiento que pudiera perturbar mi exangüe equilibrio.

No me resulta difícil escribir si me encuentro tranquilo y guío mis pensamientos. Es entonces cuando tengo que contener la explosión de palabras e ideas que emanan de mi interior. Todo está previamente almacenado en mi cabeza, todas las vivencias desparramadas en ella, efervescentes, a punto de ebullición. 

Las emociones, viajan conmigo. En estado permanente de agitación.

Tengo que escribir. Necesito escribir. Necesito crear. Como sea, en el contexto y soporte que fuere preciso, con una hoja, una guitarra, un teclado, cualquier instrumento que me lo permita, de forma física o virtual, tangible o no. Tengo que encontrar la manera de hacerlo. El proceso creativo está dentro de mí, no busca aprobación para resurgir o sobrevivir; forma parte de mi otro yo, no lo podría contener aunque lo pretendiera. Déjame que lo evoque y luego provoque. Permíteme notar que me he despojado, que he dejado algo de mí expresado aquí, sea ese trocito que se desprende. Debe emocionarme para ser válido; esa lágrima que emana inconsciente y recorre mi ser, una y otra vez.

Suspiro. Aquí va otro pedazo de mí.

***

Llueve. La lluvia primaveral me halla sereno en mi morada. No me considero poeta ni escritor suficiente para describir lo que veo y siento. La tierra está ya sembrada. La simiente ha sido abonada y solamente es cuestión de tiempo recoger la cosecha germinada. El agua caída va a ayudar a este proceso. Escucho el sonido de la naturaleza renaciendo y de la pesquera próxima del río Duero, una vez ensanchado por las aguas del Pisuerga y el Adaja, rumbo a la frontera portuguesa.

Mientras tanto, Grisette se ha vuelto diminuta en la lejanía, mimetizada con el ambiente. Me observa disimuladamente y la observo.

Todos, a la espera, sin esperar nada más que el acontecer natural de la vida.


***

Somos lo que pensamos, soy lo que pienso. Nuestros pensamientos nos definen, preceden al camino que vamos a recorrer, la manera en que las acciones resultantes van a acompañarnos en nuestra vida. En la medida en que logremos transformar las ideas e imágenes de nuestra mente en su génesis misma, así será nuestra actitud exterior. Enfrentándonos de forma endógena, podremos combatir nuestras debilidades, superar los miedos que nos acechan y paralizan.

Es así por lo que ya no me inquieta apartarme del mundo, ya no anhelo regresar físicamente a la Provenza, el desarraigo no me produce ningún sufrimiento, la duda solamente me sobrevuela ocasionalmente, lo suficiente para continuar en alerta. Mis desvelos se empequeñecen. Todo aparece diluido por la fuerza de mi pensamiento, a modo de pulsiones que se enfrentan con mis miedos hasta conseguir cercenarlos y luego vencerlos. Debo seguir superándome.

La aurora me sorprende esperando cada día nuevo, atento solamente a mi bienestar. Me sorprende y me permite seguir creciendo libre, como ser individual, sin formar parte de nada, no categorizado, conceptualizado ni definido. Me reivindico como mi único dueño, cada vez más aferrado a mis profundas convicciones.

Hoy soy libre al pensar así.

***

Grisette retorna ahora a mi lado, busca el sol que acaba de aparecer y se revuelve juguetona sobre la cálida piedra. Me mira fijamente, esta vez sin disimulo, mientras me siento como ella, feliz bañado en la plenitud de la incipiente primavera, en su solitaria compañía y compartido silencio.