miércoles, 22 de julio de 2009

Todo comienza de nuevo.

Confieso que siento cómo una nueva vida comienza en mí, desde que me trasladé procedente de ese rincón de mediocridad, oscuro y ruidoso, a la que hoy es mi nueva morada, aquí donde los pájaros son mis únicos compañeros en los amaneceres, junto con los gatos que me rodean.

Hoy estoy de vuelta y regreso vivo, aunque no indemne, tras abandonar aquel infierno que me impidió, por primera vez en mi vida, dormir con tranquilidad y poder contar con el sosiego que tanto he reclamado y por el que llevo años luchando, creo que hasta por fin ahora conseguirlo.

Raphaël se reconoce en este lugar, queda sumergido entre sus calmadas aguas donde poder encontrarse y dar rienda suelta a sus deseos, aquellos que tanto evita satisfacer, y al menos poder ejercerlos desde el pensamiento, el único aliado firme que no le procura miedos ni acorta su agitada existencia.




Hoy Raphaël no tiene la vega cercana al río, tan cuidada y majestuosa, donde poder pasear con sus meditaciones. No, hoy pedalea al borde del canal que recorren en paralelo dos hileras de árboles, una a cada lado, y que surca con sus ruedas la tierra húmeda por la que atraviesa ocultándose del sol que le perturba y de las miradas, ajeno al bullicioso suceder estival.

Nuevos caminos y senderos se abren en la vida del inefable Raphaël, no sabiendo muy bien a dónde le dirige esta nueva aventura, una vuelta más de tuerca en su incesante carrera por alejarse hasta perderse en la lontananza.
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Hoy me pregunto dónde estás tú, si me recuerdas, si conoces mi destino y compartes ese sueño imposible que todavía me trastorna y con el que a duras penas logro asirme a la realidad verdadera; sospecho que no, y mi corazón sigue náufrago y solitario, soñándote.

Y esperándote.