lunes, 29 de junio de 2015

Crepúsculo de vida.

"Aquello que no escribas, nunca quedará dicho y probablemente acabará en el olvido, Raphaël".
Muy cierto; aquí dejo esto, entonces.

***

Abro la ventana de mi habitación al atardecer. Sigo a continuación con las del resto de la casa. Me siento a observar plácidamente el horizonte desde el mirador.

Una ráfaga de aire fresco atraviesa mi morada por completo y la recorre de un extremo a otro. Cierro ahora los ojos, lentamente, pasando así a ocupar otra dimensión. Últimamente te ocurre esto a menudo, lo sabes - me digo. De pronto, pareciera que esa ráfaga invadiese la casa convirtiéndose en torbellino, que la agitara desde sus cimientos e hiciera que se levantara y desprendiese como emergiendo, transportándola cual unidad conmigo dentro, de momento inerte e indolente, sobrevolando el valle.

Decido entonces seguir con esta ensoñación consciente, dejándome llevar y escapando al vuelo por una de las ventanas contemplando el maravilloso panorama desde el plano cenital que ante mis ojos se ofrece. Me elevo en altura. 

La casa ha quedado a esta distancia empequeñecida, sobrepasada y absorbida por el sublime paisaje rural de campos y granjas atravesados por el majestuoso río, mientras planeo sintiendo el golpear del aire en mi cara, ignorando la noción del tiempo, disfrutando de las sensaciones y alcanzando un paroxismo casi febril.

No sé el intervalo transcurrido cuando abro los ojos regresando a la realidad. ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué me está pasando? - me cuestiono lacónicamente, algo azorado, saliendo finalmente al exterior a terminar de recuperarme en una silla.

***

A veces, todavía me sorprendo preguntándome en qué o quién he mudado, hacia qué clase de ser he evolucionado. Qué quiero, qué necesito.

Puedo responderme con facilidad. Me he convertido en alguien aburrido, invisible para la mayoría, lo admito sin ambages. Noto que la madurez se ha apoderado no solamente de mi cuerpo físico, algo ineludible por otra parte, sino que lo ha hecho también de mi percepción de la vida, monótona y rutinaria externamente.

Y esto, paradójicamente, me reconforta enormemente, dicho sin ademanes bruscos ni exaltaciones pueriles y extemporáneas.

Es verdad que me siento amortizado, pero no es una queja; estoy dulcemente aliviado de no pertenecer ni reconocerme en este mundo, apartado conscientemente de la carrera infernal que intenta invadirnos y poseernos. No tengo nada que decir, nada que aportar a esta singular sociedad que nos rodea.

***

Ya de gustos y aficiones en apariencia poco sofisticadas y novedosas, solamente me conmuevo cuando me observo, sentado en ocasiones como ahora me encuentro sobre esa simple silla de madera oteando el horizonte en el crepúsculo, crepúsculo del sol, crepúsculo de la vida. La espalda siempre protegida por el muro de piedra que disipa lentamente el calor del sol acumulado durante el día. Siguiendo el sabio consejo de alguien cercano, he comprado recientemente un par de cojines para estar más cómodo en este emplazamiento. No puede ser que te muestres tan austero contigo mismo - vuelvo a escucharme decir.

Sencillo, humilde, puro; así me veo. Nada me turba ni inquieta en este estado.

Entonces se disuelven todas mis dudas y debilidades. Sé que no necesito nada más, que esto es lo que me hace realmente feliz, la simpleza del todo en la nada, sin pensamientos negativos ni anhelos vacíos de alimento para mi espíritu. No desear nada, para conseguir no tener nada, o todo, ése es el éxito de mi empresa, solamente refugiado en el saber natural o el conocimiento común.

***

Luego intento exportar o trasladar esas mismas sensaciones a cualquier otro contexto, cuando me encuentro rodeado y cautivo. Sentir esa ráfaga de viento fresco del anochecer solitario que me atiza en la frente planeando. Percibir aquella visita inesperada y silenciosa del gato que se aproxima a mis piernas, mirando en mi misma dirección. Contemplar ese declinar diario de los pequeños seres vivos que habitan a mi alrededor.

Me he convertido en lo que contemplo, en lo que percibo y siento; sólo en lo que me emociona realmente. Nada más.

Ahora, puedo elegir en quién me transformo, qué piel habito en cada ocasión.

Soy el río que discurre y nunca retrocede en la senda marcada, en el camino hacia su destino cierto. Sereno.
Soy la mirada del gato que acude a verme cada atardecer. Limpia.
Soy el aleteo de la urraca que atraviesa el valle. Libre.
Soy la obrera del batallón de hormigas con la carga que transporta. Humilde.
Soy la flor colorida de esa adelfa que brota incipiente. Pura.
Soy la tierra que piso. Porosa.

***

Soy todos ellos, y cada uno individualmente. Ya formo parte de la naturaleza, únicamente. 

Sí, ahora, en el crepúsculo.