viernes, 19 de septiembre de 2008

Recomenzar.

Leo las últimas entradas escritas antes de mi marcha a tierras francesas y compruebo que mi esencia siempre emana y se manifiesta tras las palabras aquí sembradas; no hay duda de que soy yo: mis pensamientos, dudas y certezas me definen; mis expectativas, ilusiones y sueños en ocasiones difusos, otras claramente dibujados, me delatan. Qué bien me siento al releerme, qué dulce sueño, el de estar existiendo...

Creo ahora que aquellos libros de Fiódor Dostoievski que me llevé calmaron mi sed de paz.

Vuelvo cargado de filosofía, de ganas de comenzar de nuevo, de nuevas ideas y proyectos; contento de que cada día me guste más quién soy, lo que hago, lo que demuestro a los de mi alrededor, de que me siento más vivo que nunca respirando libre, sin ataduras, apreciando que cada momento es único y el mejor de mi vida, cualquiera que sea el futuro o destino que me espere.


Regreso más enamorado de la vida, de las pequeñas cosas que ésta nos da, del color de la tierra y el olor de los campos, de la luz del día y del silencio de la noche, del pequeño mundo provenzal creado en mi cabeza, sencillo, alegre, vivo, sin sobresaltos, remanso de paz y humildad en el que me siento seguro y reconfortado, al abrigo de vientos y tempestades que arrecien y hagan zozobrar mi nave. Aunque no me importe...

Ahora me veo con fuerza para continuar, para esperar durante años lo que tenga que venir.


No puedo terminar esta humilde disertación sobre opiniones propias, de la percepción de mi vida, sin recordarte esta vez, sí, a ti, única e inimitable, compañera de inquietudes y lamentos, de tristezas y vigilias, de ilusiones y sonrisas. Mi pequeño oasis de seguridad, fiel aliado y escudero de mis sentimientos.

Deseo que esta vez me acompañes en mi nuevo viaje, ése que ahora emprendo y que debe llevarme a un nuevo mundo que más tarde recordaremos juntos.

¿Te vienes conmigo? Te espero.