viernes, 22 de junio de 2007

Lo inesperado sucedía.




Gracias por atenderme. Gracias por recibirme y darme de cenar en esa noche gélida que suponía iba a ser como de costumbre y que se tornó en inusual y mágica. Nunca espero ya ser escuchado y la sensación que obtuve fue que esta vez los ojos sí me miraban y me veían. Me encontraban y te encontraba de nuevo.

Perdón por haber desconfiado de tus intenciones. Perdón por haber dado por quebradas nuestras relaciones. Nunca debería volver a dudar de los verdaderos sentimientos que residen en tu corazón, de que realmente sí te importaban mis pequeñas cosas, mis deseos más profundos y personales. De que en el fondo, estábamos tan cerca sin saberlo, o quizás sin reconocerlo.

Admito que todavía estoy gratamente sorprendido; tus confesiones finales sonaron como voces amplificadas en la recién estrenada madrugada. Mereció la pena abandonar la placidez de mi buhardilla de luz tamizada para adentrarme en tu burgués salón iluminado.

El paso del tiempo me ha endurecido y no merecías tanta crítica injusta ni tanto desdén intencionado. En adelante meditaré mis pasos para acercarme poco a poco a ti, sin molestarte, sin que casi lo percibas. Sin pretender nada.

Creo que todo puede cambiar cuando menos lo sospecho, que siempre estamos a tiempo de rectificar y encontrarnos con nosotros mismos incluso cuando pensamos que es demasiado tarde.

.....

Nunca es demasiado tarde, claro está. Al menos para mi alma, la que habita en el cuerpo del inexplicable Raphaël. Sigue concediéndome más oportunidades para desterrar la tristeza y sentirme vivo, sin descanso.

No hay comentarios: