sábado, 19 de abril de 2008

Ven conmigo.

Ven, acompáñame, no tengas miedo, acércate a mí; no voy a hacerte daño, y menos herirte. Camina a mi lado, caminemos juntos mientras nos dejamos llevar por esa música que escucho en mi interior en el silencio de la ruidosa ciudad.

Déjame que nos imagine en ese gélido banco de piedra de aquella plaza cercana a aquel palacio de no recuerdo bien qué nombre que tú recorres siempre solitaria en tus largos y venerados paseos, sentados uno frente al otro, en el frío anochecer primaveral de la capital, contemplándonos, ausentes, eternamente cómplices, poseedores de la belleza que sólo los realmente sabios llegan a alcanzar. Permíteme desear por una vez únicamente eso, aunque me cueste la vida.


Muéstrame que aún puedes seguir viva, que todavía puedes sentir; sea por un instante efímero. Concédeme ver esa parte que de manera indolente a todos escondes al igual que yo hago, que tu mirada me cuenta sus secretos con claridad cuando estoy contigo y tus labios perfectos se empeñan en quererme ocultar al callar sin conseguirlo. Sal de tu cobijo, de tu casita de caracol que llevas a cuestas y deja que tu corazón vuelva a latir, como cuando me sonríes en la muchedumbre al atardecer. ¿No te das cuenta de que yo también necesito sentirme vivo?

A lo mejor crees que ando escondido en algún lugar, perdido, que te he olvidado y, sin embargo, reconozco que, sin pretenderlo, vuelvo a estar a tu lado, inconscientemente, que hoy soñé contigo, que en mis momentos de vigilia nocturna te fantaseé cercana, sonriente, silenciosa. Yo enamorado.

No me tengas miedo, no te tengas miedo, no tengas miedo de regresar a la vieja casa; yo también lo haré si es preciso, claro, contigo. ¿Con quién si no? En el fondo, creo que lo llevo esperando tanto tiempo que ya no me acordaba de ello. Pero ahora has vuelto sin saber porqué.

No desdeñes por favor alcanzar la sabiduría.
No me des la razón por más tiempo; quizá entonces será demasiado tarde.
Déjame que te confiese todo sin decirte nada.


No quiero seguir odiándote ni un día más.

jueves, 3 de abril de 2008

Tiempo de cambios.

Tengo muchas ganas de escribir aquí de nuevo, como antes lo hacía, de volver a sacar a pasear la parte que más valoro de mí mismo, si así pudiera decirse, aquella que los que se dejan enredar por mis palabras ya conocen sobradamente, y solamente por ello les admiro. Quiero reencontrarme con mi verdadero yo, porque es el único que al mirarle a los ojos, veo que no me miente.

No, esta vez no he tenido ningún problema de inspiración; creo que tengo argumentos y sensaciones suficientes como para dejarme llevar en este espacio durante bastante tiempo. Y lo echo de menos.

Tampoco estoy triste, estoy más bien contento. Es época de cambios, la mayoría producto de la azarosa coyuntura; no son buscados, pero, extraño destino, como creo firmemente en lo que me viene dado, los acepto como una oportunidad de mejorar y lleno de ilusión. Supongo que me extenderé más a este respecto en futuras entradas.

He visto algunos comentarios de visitantes amigos a los que leía con frecuencia y a los que seguiré visitando con placer; también a ellos les echo de menos. Gracias.

Me recorre una extraña sensación ahora mismo, y es la de no querer parar de escribir aunque no deba hacerlo, no es el momento; incluso me llego a emocionar y no sé bien el porqué; quizá por la contenida alegría que me invade, o por la nostalgia de lo ya empezado, o por constatar que por más que me empeñara, nunca podría ya abandonar la verdad que se esconde en estas páginas, la historia real que queda para siempre impresa en este blog.

La vida del silente Raphaël, que sigue con sus dudas, pero más vivo que nunca.