jueves, 29 de noviembre de 2007

La esperabas antes de irte.

Me dicen quienes te recogieron moribundo que los vidriosos ojos azules te delataron, otrora tan vivos aunque siempre bellos; que con dificultad podías moverte a pesar de tu calma habitual y algo malo parecía ocurrirte. Que tu dignidad nunca hubiera permitido generar recelo.

Me cuentan que te llevaron a la clínica, donde viendo tu estado tan deteriorado rápidamente te intubaron y te pusieron suero y oxígeno, teniendo que afeitar el pelo de una extremidad. Los análisis en cuidados intensivos se sucedían de forma vertiginosa e incesante.

Todos sabían que estabas al borde de la muerte.


Oigo también que sorprendiste al personal cuando el hilillo de vida del que pendías apenas permitió que se escuchara un milagroso, leve y quizá postrero maullido proveniente de tu boca cuando tus ojos semiabiertos la vieron entrar en la unidad, avisada ella de urgencia sobre tu trágica situación, al tiempo que levantabas una patita como tendiéndosela. No podías irte sin verla de nuevo, sin despedirte, de aquella única a la que todos los días esperabas para abrazarla, besarla, quererla.

Sin duda agradecido, por sentirte amado.



No, afortunadamente no te fuiste al final. Es posible que te fuera suficiente saber que no estabas realmente solo, que al menos un ser como ella te iba a echar de menos de haberte marchado para siempre.

martes, 20 de noviembre de 2007

Todo marcha.

Aunque a veces me impaciente, aunque en ocasiones crea que nada avanza hacia el lugar donde he fijado mi destino futuro, todo marcha con altibajos, según lo previsto. Las etapas van pasando, los hitos se van cumpliendo y se queman las hojas del calendario con el único objetivo que puedo a estas alturas permitirme: mi libertad.

Es cierto que de manera cíclica me obstino en no perseguir ningún deseo; puede considerarse un hecho general y objetivo, pero tampoco lo es menos que por encima de ello sí existe un faro que me guía en las tinieblas, un ideal solitario y principal, quizá el único que medito, planeo, desarrollo y ejecuto desde hace tiempo.

Es aquel pensamiento que me estrecha entre sus brazos todos los días cuando me acuesto, el que me mece suavemente al abrigo de mi alcoba en un sueño lleno de pureza y que me dará la posibilidad algún día de no desear nada más finalmente.


Y todo esto no me entierra en el seno de la tristeza, nada de eso. Más bien diría yo que me sumerge en el terreno de la esperanza de poder resucitar a la vida que realmente quiero llevar, en paz y armonía conmigo mismo, apartado de las veleidades y ligerezas con las que convivo a pesar de mi alejamiento casi absoluto de la sociedad.


Hasta entonces, calma y sosiego Raphaël. Pronto la luz se hará para ti y te conducirá a ese estado de tu alma donde la recompensa es la calma de su espíritu. Eso que tú tanto valoras y apenas nadie contempla relevante.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Pausa, por favor.

Como le decía el otro día a mi estimada Vanmar, he llegado a un punto en el que, a modo de resumen, mi gran ambición se ha convertido en no ambicionar nada. Ya sé que esto puede resultar no más que un juego de palabras, nada, algo o muy pretencioso, pero firmemente lo creo así.

Según he comentado en otras ocasiones y tras diversas lecturas y años vividos, me doy cuenta de que todo aquello que anhelo hasta un punto de ocasionarme turbación, no es positivo para mí; de hecho, cuando alguna vez alcanzo aquel objeto de mi deseo, raro es que no me sienta al poco tiempo desencantado o puede que incluso aburrido, o simplemente mi cabeza establezca un próximo objetivo hacia el cual dirigir mis esfuerzos, hacia donde apuntar otra vez. Pareciera que se tratara de un juego, pero no lo es en absoluto, ni me hace ninguna gracia; antes al contrario esta actitud creo que es el germen de la infelicidad. Nunca llego a resaltar ni disfrutar como se merece todo lo que con mucho esfuerzo he llegado a conseguir; en seguida lo incorporo al baúl de lo "ya conseguido" y por tanto, amortizado desde su exitosa génesis misma.


Pues bien, cuanto más relajo esa tendencia inequívoca hacia ambicionar cosas, entiéndase por aquellas objetos materiales (un coche, una casa, una moto, un viaje, etc.), inmateriales (un afecto, una pasión, alguna señal de alguien, un suceso ajeno, etc.) o de otro tipo, más me acerco a ese estado de paz y sosiego, de tranquilidad interior, pues no exijo ni me exijo nada, no espero ni desespero; solamente intento ser lo más consecuente y sincero conmigo mismo, valorando todo lo que ya tengo, que bien pensando, no es poco, aunque lo material pudiera caber en una maleta.


Algunos pensarán que eso significa no tener ningún tipo de ilusión o de ensueño, de olvidarme de todo el idealismo posible y convertirme en un ser pragmático y nada soñador; es posible que pueda entenderse así. Pero también debe interpretarse como alcanzar un estado de aceptación de la realidad, del realismo más puro y genuino, con todo lo bello que puede ese escenario ofrecerme, aquellas cosas que siempre repito como ver amanecer, escuchar el sonido de la naturaleza, leer un buen libro, degustar un aperitivo frugal, escribir unas líneas nacidas de dentro y que otros seres las conozcan, interpretar una vieja canción a la guitarra, compartir instantes aunque sean fugaces con alguien que te importe, incluso no estando a su lado, en definitiva, valorando todo aquello que podemos tener solamente extendiendo las manos, abriendo los ojos y desplegando nuestras orejas, verdes, como decía aquel poema de Gianni Rodari que un día plasmé en este blog que hablaba sobre la importancia de escuchar y observar.


También podría parecer la anterior una postura estática, de dejarse llevar y no actuar. Puede ser de nuevo cierto, pero cada vez me fijo más en que la gente que veo feliz no es aquella que tiene muchas cosas, grandes trabajos, montones de compromisos sociales, viajes o acontecimientos deslumbrantes, dinero entrando y saliendo a espuertas, amplias ambiciones. Qué va, a todos esos les veo más bien muy perdidos, permanentemente ocupados en mil cosas, estresados, sin tiempo para ellos, siquiera para disfrutar de lo que están haciendo. Como ver una película a cámara rápida, aunque sea bonita.



Yo prefiero vivir a cámara lenta, incluso darle al pause de vez en cuando. Pararme, o que me paren. Detenerme, o que me detengan. Perderme, o que me pierdan. Olvidarme, o que me olviden...
Que ya me encontraré yo solo, o con la ayuda de alguien cercano de mi total estima, que respire y respete mi mismo aire.
Que disfrute del espíritu libre y romántico de Raphaël, sin perturbarle; que tampoco desee nada que tenga la tentación de intentar conseguir.


(Será porque veo a mi alrededor muchas almas como la mía que deambulan en su tristeza otoñal cerca de aquí y en el fondo me siento identificado... Lo siento; seguro que mañana volveré más soñador).

viernes, 9 de noviembre de 2007

Sophie vuela por fin.

Me han contado que Sophie se marcha lejos, muy lejos, a la Francia central. Huye a Poitiers para respirar otros aires, a vivir con otra compañía, concluir con ese trabajo rutinario en la fábrica que con el paso de los años tanto daño le hacía, a cambiar de vida. No aguanta un día más; ha decidido dejarlo todo, la comodidad de lo cotidiano y seguro. Creen que trabajará de camarera temporalmente en un restaurante que allí conoce, hasta más ver; da igual, lo que sea, bueno será. Ella sabrá salir adelante.

Sophie ya vuela libre.

Abandona ese pueblecito provenzal tan florido que la vio nacer, galardonado hace poco con cinco flores, lleno de mimosas y con olor a lavanda, campos de espigas y canto de cigarras y grillos; calles sinuosas que suben y bajan con mágicos pasadizos y casitas color pastel, pasajes silenciosos llenos de bellos mininos confiados que se abandonan insolentes ante cualquier rayo de sol mediterráneo. Cierra la puerta de madera noble de su apartamento de la rue Carnot con letrero de "no hacer ruido al cerrar la puerta, por favor", ése cuyo único dormitorio abre su ventana a la luz de la Costa Azul y el salón-comedor dirige sus hojas de cristales hacia lo más profundo de la Provenza. Aquellas paredes blancas con alguna viga de madera, muebles rústicos con sabor añejo y contraventanas color verde, suelo de plaqueta anaranjada y mesa central con mantel con los colores de la región que alguien le regaló. No, no fue uno de sus efímeros amantes.


Deja atrás el lejano y a la vez tierno bonjour mademoiselle despachado por los lugareños anónimos a pesar del tiempo allí transcurrido, toda una vida; la placidez de esos inviernos suaves y solitarios caminando pensativa por el paseo marítimo de Le Lavandou, con sus restaurantes cerrados y haciendo una parada en el café Bora Bora a media mañana, dudando entre el silencio de tomar el café crème en el interior o aguantar la suave brisa invernal de la riviera en la terraza, acompañada de almas que parecen no existir aunque esté rodeada de ellas.

Olvidarse también del bullicio de la época estival, de los coches que se amontonan por doquier y obstaculizan el paso, de la gente desconocida que baja a las playas proveniente en su mayoría del norte del país, de los romances fugaces del verano que ahora desprecia en la lejanía. De sentir el renacer de la vida a su alrededor.

Desdeña lo que hasta ahora había sido, por encontrarse a sí misma.

Nadie parece percatarse de su pérdida, de toda su profunda belleza, aquella que atesora y no esconde para alguien que simplemente pruebe a mirarla, escucharla, intuirla. ¿Cómo pudo no darse cuenta nadie de esto?

.....

No, no llores, mi pequeña; sé que la ausencia todo lo contagia y lo mimetiza; no temas sentirte ahora sola y desprotegida ni advertirte desvalida en tu abandono improbable. Confía en que el destino volverá a teñir tus días de ese matiz que tanto apreciabas y que de repente redescubres y echas en falta cuando siempre pensabas que lo tenías ahí; créeme si te digo que yo mismo te llevaré cerca de aquello que ahora ves alejarse de ti e imaginas tan perdido.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Volver a ese viejo lugar.

Raphaël regresa a su exilio voluntario, a su destierro al otro lado del mundanal acontecer de cada día que lo subyuga y lo deja exhausto, sin alma, sin saber qué o a quién escribir, sin posibilidad de ver un palmo más allá de sus miopes ojos azules, sin un hálito de esperanza donde poder encontrarse. Vuelve de nuevo sobre sus pasos, afianza sus posiciones hace tiempo analizadas y sojuzgadas; se da cuenta de que no hay redención posible, subterfugio o recurso que pueda llevarlo fuera de ese estado de misticismo al que un día se abrigó y luego se consagró, quizá más por autodefensa o desesperanza que realmente por propio deseo.

No, no tenía ese deseo realmente, aunque la ausencia de cualquier atisbo de éste fuera su destino cierto. Sí, en efecto, la piel de la tristeza.

Pero la catarsis, el fenómeno de despertar un día sintiendo la piel de otra manera, de olvidarse de las recomendaciones que algún viejo sabio le dio para ver discurrir su vida en su mente, sin pretender nada, de volver a hallarse, reconocerse y encontrarse, de que toda la vida pueda cambiar solamente en un instante ante el simple hecho de despertar a la ilusión del corazón, al abandono de ese estado inefable de perfección espiritual, de suspensión del ejercicio de los sentidos, pues bien, todo ello, queda en un segundo plano, casi olvidado o al menos apartado por la mente pragmática tantas veces herida en el alma de Raphaël, que solamente encuentra consuelo en todo aquello que a su parecer se le antoja puro, bello, carente de mezquindad, merecedor de él, posiblemente.

Un consuelo fútil y hasta en ocasiones irrelevante, que ignora las veleidades de lo pasional, la fuerza que todo lo arrastra de lo carnal, el cuerpo caliente sobre el espíritu frío y sin sentimientos.

O al menos en apariencia.


I would rather not go
Back to the old house
I would rather not go
Back to the old house
There's too many

Bad memories

Too many memories

There ...
There ... There ...

When you cycled by

Here began all my dreams

The saddest thing I've ever seen

And you never knew

How much I really liked you

Because I never even told you

Oh, and I meant to

Are you still there ?

Or ... have you moved away ?

Or have you moved away ?

Oh ...


I would love to go

Back to the old house

But I never will

I never will ...

I never will ...

I never will ...

Back to the old house - The Smiths


Preferiría no regresar a la vieja casa.

A aquel lugar lleno de malos y buenos recuerdos, demasiados; cuando te veía pedalear con tu bicicleta, tus cabellos rubios al aire; donde comenzaron todos mis sueños, donde la tristeza también apareció; allí donde nunca supiste que realmente te amaba, porque nunca te lo dije.

Me encantaría volver a ese viejo lugar. Pero no lo haré. Sé bien que no lo haré.

Y dije, y quiero decir, ¿sigues todavía ahí, o te has marchado, te has alejado de mí?


No des la razón a Raphaël y vuelve o, al menos, no te alejes, quédate cerca donde pueda verte y sentirte nada más.