sábado, 29 de noviembre de 2014

Ahogado el recuerdo.

Indigno
tensa situación
refuerzo.

Vacío
ilusión fútil
madurez.

Desamor
se rompen sueños
silencio.

Estremecido. Empiezo a ser consciente de la debilidad, de la ductilidad de la vida en la que me hallo inmerso. Apenas puedo detener esa sensación de vértigo ante lo que sucede; soy el espectador privilegiado del sufrimiento que me rodea, de ese deseo vano que nos corroe, a algunos ya mesuradamente.

Mi existencia frágil se va marchitando, se me escapa antojadiza como el agua entre los dedos desvaneciéndose para no volver jamás. Me siento el ser genuino que lo observa casi con insolencia mientras el mundo camina y avanza en su propia dirección, ignoro si a la deriva; saberlo, no me importa ya.

Insisto, soy perfectamente consciente de ello. La savia que circula en mi interior me otorga por fin la experiencia y prudencia suficiente para regalarme una segunda oportunidad de redimirme y expiar alguna de mis numerosas fallas, de reconocerme seguro en mi mediocridad asumida para finalmente aceptarme como un ser único e irrepetible, yo también lleno de profundas debilidades y afecciones.

Pero, en muchos momentos, incapaz de vencer mi aflicción.

Comienzo a superar ciertos reveses que me lastraban y que la madurez se encarga de atenuar con compasión soslayándolos, una vez que no han sido conseguidos aquellos sueños que en la vida se cruzan; quizá aquel amor que desdeñamos bajo el influjo de esa altiva indolencia, después añorado con la distancia de los años.

Ese dolor lacerante que me oprimía en el pecho, queda en un segundo término mitigado; ahogado el recuerdo, ahora atenuado.

Me reconozco en mi labilidad, cualidad insuficiente para sujetar mis emociones y profunda sensibilidad, y que lejos de ser neutralizada o parcialmente controlada, debilitada, se dispara y emana indeleble. La prudencia adquirida se enfrenta a mis sentimientos en una lucha desigual, resultando casi siempre derrotada. Es la soledad la que me alivia del hastío que podría provocarme mi apacible pero agitada existencia; sentir que no estoy realmente solo al tenerme siempre a mí mismo, palía el camino elegido, la imperfecta pero única comunión posible.

Y enmudezco, solamente eso me queda ya; sublime seguridad en la que me abrigo tras la letanía de pensamientos no controlados y la vacuidad de las palabras dichas. 

Pusilánime ante el designio aceptado. Protegido.