martes, 22 de mayo de 2007

Sin desear nada.

Quiero vivir de cosas pequeñas; no anhelo nada más.



Del saludo tierno que me regalas
cada mañana, Nicolas

De la inefable alegría de sentirme todavía vivo

De escuchar ese acordeón francés pleno de nostalgia


De la soledad que me atrapa en su manto, a cada rato

De dar la espalda a la estulticia que me rodea, sin condiciones

De la melancolía de esos amores platónicos sufridos de niño,
nunca completamente olvidados


De degustar la comida que yo mismo preparo y de ese cálido vino que me marea, levemente

De imaginarte sutilmente entre los renglones de un comentario que leo o escucho o invento

De admitir la misantropía como modo de vida, ocasionalmente


De vibrar con esa canción que me emociona, y me mueve fuera de control

De sentir el viento y el aroma de la libertad, mientras pedaleo sin rumbo

De rodearme del orden en mi universo caótico, que me ampara


De ese gâteau de rois con sorpresa en su interior, fuera de Navidades

De la tristeza del amor soñado, tantas y tantas veces, que no desaparece

De sentirme cada vez en este mundo más ligero de equipaje

Del intenso placer de soñar despierto y dormido

De percibir entre tus ojos que el deseo me está acechando, que no es imposible

Del beso cariñoso de Blanchet todas las noches, antes de quedarse dormido




Y permanecer expectante en el destierro de mi alejado rincón, silencioso, solamente con tu recuerdo.

Sin desear nada, ni siquiera desearte.

Sintiendo.

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