Quiero vivir de cosas pequeñas; no anhelo nada más.
Del saludo tierno que me regalas cada mañana, Nicolas
De la inefable alegría de sentirme todavía vivo
De escuchar ese acordeón francés pleno de nostalgia
De la soledad que me atrapa en su manto, a cada rato
De dar la espalda a la estulticia que me rodea, sin condiciones
De la melancolía de esos amores platónicos sufridos de niño, nunca completamente olvidados
De degustar la comida que yo mismo preparo y de ese cálido vino que me marea, levemente
De imaginarte sutilmente entre los renglones de un comentario que leo o escucho o invento
De admitir la misantropía como modo de vida, ocasionalmente
De vibrar con esa canción que me emociona, y me mueve fuera de control
De sentir el viento y el aroma de la libertad, mientras pedaleo sin rumbo
De rodearme del orden en mi universo caótico, que me ampara
De ese gâteau de rois con sorpresa en su interior, fuera de Navidades
De la tristeza del amor soñado, tantas y tantas veces, que no desaparece
De sentirme cada vez en este mundo más ligero de equipaje
Del intenso placer de soñar despierto y dormido
De percibir entre tus ojos que el deseo me está acechando, que no es imposible
Del beso cariñoso de Blanchet todas las noches, antes de quedarse dormido
Y permanecer expectante en el destierro de mi alejado rincón, silencioso, solamente con tu recuerdo.
Sin desear nada, ni siquiera desearte.
Sintiendo.
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