viernes, 12 de abril de 2013

En mis manos.


Maduro. Envejezco. Solamente puedo estar seguro de esto.

No sé muy bien qué más añadir; éste podría ser el resumen de lo que siento, la única certidumbre y riqueza que tras años, atesoro. El fruto de mi vida queda así determinado, el camino expedito.

Es algo natural, obvio, pero lo percibo claramente y de tal modo en que, mi mente, mis manos, me guían de forma inexorable, con ineludible firmeza, por los vericuetos de la vida. Escucho mi corazón latiendo e intuyo la sangre recorrer el vano de mis arterias y venas, de lo inmóvil y atenazado que me siento a veces, de cómo me contemplo en la meditación. Atiendo a mis vísceras desempeñando el funcionamiento autónomo de mi maquinaria imperfecta, que voy conociendo y sabiendo tratar, soslayando sus dificultades.

Me observo, una vez que he resuelto y abandonado, por fin, displicente, con la observación de lo que me circunda.

Empero, no me llena de aflicción encontrarme cada día con mi yo más profundo; el tiempo hace reconocerme y aceptarme casi completamente, liberado y despojado ya de todas mis ataduras, enajenado de todo, hasta la alienación. Ahora que me he apartado absolutamente, que no me queda nada, ya no preciso decidir; todo lo tengo, nada necesito. Ni siquiera la muerte me importa, no me impresiona.

Antes no deseaba ya nada, ahora estoy desposeído de todo, salvo de mí mismo.

Decir que la vanidad ya no habita en mí, resultaría en este contexto hasta pueril; la prudencia todo lo llena y completa. Incluso la humildad y sencillez del mendigo me emociona y estremece, inspirándome.

Me siento profundamente austero.

Tú estás ahí viéndolo, sintiéndolo; desde la cercana lejanía de tu atalaya sigues con atención lo que mis cada vez más, manos frágiles, expresan. No, no me olvides, mientras suena ese piano al fondo tan triste, melancólico, real, como la vida misma en la que mi cuerpo debilitado respira y mi alma sobrevive encerrada, a la espera de la liberación. Sí, cohabitando físicamente con lo que me enfrenta de forma perenne, pero de momento; ya sin disyuntiva, con la decisión tomada en mi interior.

Y lloro intensamente al reconocerme en este preciso momento, como antes lo hacía, más puro, genuino, único. Sobrecogido.

Pero aún, lleno de dudas que tendré que resolver en solitario, conmigo mismo, descastado de todos y todo, preguntándome y respondiéndome, a veces al filo del desfallecimiento, asido con fuerza a mi destino.


* Para mi apreciada Carmen; sin atisbo alguno de inquietud, tú me has aportado esto: la aceptación, la lectura, el aliento certero para escribir; el tortuoso, abstruso pero único y maravilloso camino a la sabiduría que, a día de hoy, aún ignoro si alguna vez lograré siquiera acariciar.


1 comentario:

Samuel17993 dijo...

Reitero lo que dije en el otro, muy bueno. El que he leído antes es magnífico, éste es "peor"; pero me ha gustado mucho.
Creo que el ser humano está condenado a la afirmación socrático de que: lo único que sé es que no sé nada. Eso que llaman, incluso con cierto amaneramiento, la duda existencial. Porque no hay camino. Pero nos obligamos a pensar en algo; y siempre creemos en la verdad, y ciertamente, la verdad llega a ser una mentirosa, como decían de ellas mismas las musas a Hesiodo.
Un saludete de Samuel.
Y espero seguir leyéndote.