lunes, 17 de septiembre de 2007

Espérame un poco más.

Está atardeciendo y entro lentamente en tu habitación, ahora que te encuentras ausente y no puedes verme; no, no lo hago como un vulgar ladrón o alguien semejante, individuo que espera escondidamente curioso de saber de tus cosas, de tu pequeña capilla que pretende profanar. No, todo lo tuyo me parece muy intenso, demasiado profundo, y ese es el aroma que deseo conservar.





Me detengo a explorar lo que solamente ciertos de mis sentidos pueden apreciar; no quiero llegar más allá y dejo que vista, olfato y oído naveguen en la atmósfera de tu territorio, sin emplear otros argumentos que me podrían ofrecer información más directa, pero innecesaria. Tus signos de identidad aparecen por doquier; adornos, colores, texturas y disposición, calurosa sencillez de un ser señalado por la fantasía de lo inmaterial, por la prevalencia de lo emocional sobre lo racional. Revelan tu carácter soñador tan alejado de la sociedad.

Un temblor de emoción intensa me sobrecoge. Sorpresivamente, aparece ante mis ojos esa foto mía, en blanco y negro, inocente, de tiempos pasados que se recuerdan con añoranza, que se erige como principal en tu cómoda y que con toda intención ha sido dirigida hacia el cabecero de la cama. Suspiro profundamente.

Sin duda me queda mucho camino por recorrer para acercarme a ti y poder merecerte algún día, aunque tú ignores que así lo siento. Rezo porque tu desesperanza no inunde definitivamente las sentinas de tu corazón y no te olvides de todo eso que destacabas y que creo aún conservas de mí, aquello que solamente tú recuerdas y que una vez dulcemente compartimos.

Espérame siempre, por más que con frecuencia me muestre como un ser volandero, pajarillo sin ilusión y en apariencia desnortado.

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